En una Asamblea General con una concurrencia mermada de los máximos líderes de otros continentes, la numerosa participación latinoamericana resultó un contrapeso positivo para la ONU entre el martes 19 y este jueves 21.
Brasil, cuyo presidente es por tradición el primero de los oradores, marcó la pauta, una vez que el mandatario Luiz Inácio Lula da Silva destacó que el acuciante problema de la guerra en Ucrania “es una prueba de la incapacidad de la ONU y de la comunidad internacional, que apuesta más a las armas que a la paz”.
Pero en los 15 minutos reglamentarios –que los presidentes estiran a 20 y a veces más- Lula dejó claro el principal sentido y mensaje de su presencia en el foro, tanto para dentro de su país como hacia el exterior: “Brasil se está reencontrando consigo mismo, con la región, con el mundo y con el multilateralismo”.
“Como no me canso de decir: Brasil está de vuelta. Está de vuelta para dar nuestra debida contribución para enfrentar los principales desafíos del mundo”, recalcó.
Y en efecto, llegó a Nueva York casi sin deshacer las valijas tras su paso por otras cumbres: la de los Brics (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) en Johannesburgo, la del Grupo de los 20 (economías desarrolladas y emergentes) en Nueva Delhi, y la del Grupo de los 77 (134 países) más China en La Habana.
Para rematar la campaña, mantuvo el protagonismo de Brasil en las cumbre paralela de la ONU sobre la ambición climática, y acordó con su par estadounidense Joe Biden un programa, apenas esbozado, para impulsar la dignidad del trabajo y el derecho a la sindicalización en el mundo.
“Las dos democracias más grandes del continente estamos defendiendo los derechos humanos en todo el mundo, y eso incluye los derechos de los trabajadores”, dijo Biden, a modo de guiño al exsindicalista Lula para que no vuele demasiado lejos de la esfera de influencia de Washington en las alas del Brics.
Seguir las huellas
Tras ese liderazgo de facto, los restantes mandatarios de la región hicieron la clásica combinación de reiterar nociones comunes sobre problemas internacionales, reclamar cambios que favorezcan a sus Estados, y exponer logros de sus gobiernos.
Al fin y al cabo, sus discursos son más seguidos y reproducidos dentro de sus propios países que en los predios de la ONU, llenos de luminarias en la primera semana de alto nivel de la Asamblea y las cumbres sobre diferentes temas que la acompañan.
Es lo que vivió el presidente de Colombia, Gustavo Petro, orador de turno después de Lula y Biden, por un minuto desconcertado al subir al estrado y ver cómo gran parte de la sala se vaciaba, pues muchas delegaciones se ausentaron después de oír al estadounidense y ya no interesadas en escuchar al colombiano.
Petro dio rienda suelta a su convicción ambientalista y a sus llamados a la paz, “les propongo acabar la guerra para tener el tiempo de salvarnos” dijo, y como novedad respecto de su discurso un año antes propuso dos conferencia de paz simultáneas bajo la batuta de la ONU: una para Ucrania y otra para Palestina.
Como en cada foro al que acude Cuba, su presidente Miguel Díaz-Canel reiteró sus críticas al bloqueo estadounidense que ha pesado sobre la isla durante seis décadas, y agregó la reivindicación del Grupo de los 77 para que se alivie la deuda y se modifique en favor del Sur la arquitectura financiera internacional.
También como casi cada vez que un líder cubano acude a reuniones en Estados Unidos, decenas de opositores oriundos de la isla manifestaron en las vecindades de la ONU contra su presencia y su gobierno, sin incidentes destacables.
Las críticas a la arquitectura financiera fueron duras de parte del presidente Alberto Fernández, de Argentina, cuya economía se resiente de los compromisos con el Fondo Monetario Internacional pero, al mismo tiempo, apela al FMI como salvavidas para enjugar su deuda y encarar las presiones que licúan el valor de su moneda.
“La arquitectura financiera mundial sólo sirve para concentrar el ingreso en muy pocos”, criticó Fernández. “Se insiste con las mismas políticas ortodoxas que profundizaron la desigualdad y no podemos seguir hablando de los problemas mientras caminamos por una cornisa”, graficó.
Dos presidentes agregaron el tema de Taiwán y abogaron por que esa isla, sin representación en la ONU desde hace medio siglo, sea readmitida en el sistema de Naciones Unidas: el guatemalteco saliente Alejando Giammattei y el paraguayo recién estrenado Santiago Peña, pues sus países y Belice son los dos de la región que aún reconocen a esa China.
Giammattei tranquilizó a la comunidad internacional al asegurar que traspasará la presidencia en enero al vencedor en la elección del pasado agosto –afectada por la interferencia de la Fscalía- aunque no mencionó por su nombre al mandatario electo Bernardo Arévalo.
Peña aprovechó para criticar el peaje impuesto unilateralmente por Argentina en su tramo del sistema de ríos Paraná-Paraguay, pues esa vía fluvial es esencial para las exportaciones de su país, sin salida al mar.
Seguridad y derechos
La seguridad y derechos humanos fueron destacados por mandatarios que a diario están confrontados por esos temas, como el salvadoreño Nayib Bukele, quien defendió su campaña contra las grandes bandas o “maras”, lo que ha implicado llevar a la cárcel a cerca de 70 000 personas en año y medio.
Pese a las críticas de organizaciones humanitarias internacionales, Bukele se felicitó a sí mismo una vez más porque El Salvador cumplió un año sin homicidios –cifra no auditada- y “pasó de literalmente ser el país más peligroso del mundo a ser el más seguro de América Latina. Somos un referente de seguridad. Ahí están los resultados”.
La peruana Dina Boluarte, reacia a participar en foros guiados por los mandatarios izquierdistas de la región, expuso que su país “respeta la democracia, el estado de derecho y los derechos humanos”.
La suya es una presidencia interina, de reemplazo de Pedro Castillo, destituido en diciembre de 2022, y enfrenta una investigación de la fiscalía por las decenas de muertes durante las protestas antigubernamentales que siguieron a la destitución.
El ecuatoriano Guillermo Lasso, quien está de salida pues su sucesor o sucesora debe elegirse el 15 de octubre, expuso la situación de asedio por el crimen que sufre su país, con más de 4000 asesinatos anuales, y pidió más cooperación para enfrentar la trata de personas, el tráfico de armas y drogas y la migración forzosa.
Sobre la migración llamó la atención el presidente de Panamá, Luarentino Cortizo, pues su país se ha convertido en el territorio de paso irregular para centenares de miles de migrantes que van desde América del Sur hacia la del Norte.
La seguridad, ante la inestabilidad y migración no deseada que llega desde Haití, también fue tema para el presiente dominicano Luis Abinader, defendió el cierre de la frontera con el país vecino. La medida se justificó ante la toma de aguas de un río que marca parte de la frontera por parte de particulares haitianos.
Pero quien dio claramente en la diana sobre el tema de los derechos humanos fue el joven izquierdista chileno Gabriel Boric: “Me siento en el deber de denunciar la persecución que hoy día vive todo quien piensa distinto del gobierno del régimen dictatorial del señor Ortega y Murillo en Nicaragua”, expresó.
A los opositores del presidente nicaragüense Daniel Ortega y su esposa y vicepresidenta Rosario Murillo “no solo se les prohíbe su participación en elecciones, sino que se les persigue, se les priva de nacionalidad, se les allana sus casas y se les priva de derechos políticos”.
También criticó que se señale a Cuba como promotora del terrorismo y pidió que Washington levante el bloqueo contra La Habana y las sanciones que ha impuesto sobre Venezuela pues “para garantizar que hayan elecciones libres, con garantías a todos los sectores, es imperativo que Estados Unidos levante las sanciones”.
Contra el bloqueo a Cuba, y contra las sanciones que pesan sobre La Habana, Managua y Caracas, también se expresaron en sus menos impactantes intervenciones los presidentes Luis arce de Bolivia y Xiomara Castro de Honduras.
Las controversias territoriales, casi extinguidas en la región, regresaron al foro cuando Fernández recordó el reclamo sobre las islas Malvinas y el presidente guyanés Irfaan Ali acusó a Venezuela de socavar la seguridad e integridad de su país al oponerse a las concesiones petroleras que Georgetown otorga en el Atlántico.
Ambos países mantienen un contencioso sobre el territorio Esequibo, occidente de la actual Guyana y sobre el cual Venezuela reivindica derechos, que se rige por el Acuerdo de Ginebra de 1966 y es materia que trata actualmente en La Haya la Corte Internacional de Justicia.
Los ausentes
El presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador, más amigo de reuniones bilaterales que de encuentros en cumbres grupales –y menos si son tan nutridas como las de la ONU- envió a la 78 asamblea a su secretaria (ministra) de Relaciones Exteriores, Alicia Bárcena.
Tampoco acudieron esta vez a la ONU los presidentes de Costa Rica –se informó de alguna afección de salud-, Nicaragua y Venezuela. Haití está sin jefe de Estado desde el asesinato en julio de 2021 del presidente Jovenel Moïse.
En el caso de Venezuela, el presidente Nicolás Maduro dese hace varios años viaja exclusivamente a países con gobiernos aliados o que no expresan observaciones a sus políticas, y aunque en el área de la ONU tiene inmunidad en el resto de Estados Unidos rige una orden de captura, con recompensa incluida, emitida en su contra.
Pero su gobierno divulgó la grabación del discurso que el fallecido presidente Hugo Chávez (1954-2013) pronunció en la ONU el 20 de septiembre de 2006, con su frase “huele a azufre, el diablo estuvo ayer aquí”, pues la víspera había hablado el entonces presidente estadounidense George W. Bush.
Fue, entonces como ahora, otro intento latinoamericano de marcar la historia que recoge el verde mármol del estrado en la Asamblea General.
Este artículo fue publicado originalmente por IPS Inter Press Service